Brasil tienen muchas de las mejores playas del mundo. Aca va un listado de las 10 que más nos gustan.



Maceio

Es la capital de Alagoas, uno de los estados más homogéneamente bellos de Brasil.  A tiro de piedra de la ciudad, desde la playa de Pajuçara, salen las jangadas –especies de balsas con velas– que van las piscinas naturales. Al sur, playas de moda como Gunga o Francês y al norte, barra de Santo Antonio (con la célebre y atractiva Praia do Carro Quebrado), São Miguel dos Milagres (con do Toque, Tatuamunha, Lage y Patacho) y la más conocida Maragogi, con sus vecinas Bitingui, Japaratinga y Peroba, rodeada de coqueiros, justo en el límite con el estado de Pernambuco.

 

Espelho

Es una de las más bellas de Brasil, popularizada por quienes instalaron el condominio Outeiro das Brisas. Hoy están no sólo las que pertenecen al complejo privado, sino también las que se instalaron en la playa, a orillas del mar: Enseada do Espelho, Pousada do Baiano y Fazenda Calá, entre otras. Muy románticas y con toques sofisticados, en general están desajustadas en la relación precio-calidad. Una buena opción es alojarse más al norte, en Trancoso o Arraial d’Ajuda e ir por el día. Tenga en cuenta que aún no hay cajeros electrónicos, teléfonos públicos ni almacenes en la zona. El aeropuerto más próximo es el de Porto Seguro.

 

Morro de São Paulo

Situado en el extremo norte de la isla de Tinharé, que incluye, junto con Boipeba y Cairú, otras 23 islas pequeñas en el Archipiélago de Tinharé, está a 60 kilómetros al sur de Salvador, cerca de la ciudad de Valença.

Florianópolis

Sólo en Floripa pueden convivir el fenómeno inspirado en Miami de Jurerê Internacional, sus mansiones y sus beach lounges, con las playas salvajes de Lagoinha de Leste, Saquinho o Solidão. Sólo aquí coinciden la gran urbanización de Ingleses con los casarios portugueses -vilas açorianas, en realidad- de Santo Antonio de Lisboa y Ribeirão da Ilha, donde, de paso sea dicho, se comen las mejores ostras. En Florianópolis está el surf de Mozambique y Joaquina, la vida noctura de la Lagoa da Conceição y los vestigios arqueológicos de la increíble isla de Campeche, cuyo mar turquesa pelea posiciones con el del Nordeste más preciado.

Ilha Grande

Se trata de una isla de casi 32 km de largo por 14 km de ancho. Para llegar, los viajeros se reúnen cada mañana en la Vila de Abraão –donde se concentran las posadas– y toman alguna de las embarcaciones que salen hasta la playa de Pouso. Desde allí son 20 minutos hasta Lopes Mendes, y recién después la trepada por una trilha estrecha para bajar por un frondoso morro, Santo Antonio. Para regresar, es preciso estar atento a la hora. Los barcos tienen horario fijo y el último sale a eso de las 17:30. Hay otros paseos clásicos, a distintas playas: a la verde Aventureiros y Parnaioca (una de las salidas más alejadas), Lagoa Azul, Lagoa Verde y Japariz. Menos frecuentes son las excursiones a Cachadazo o Dois Rios, y menos aún la vuelta completa a la isla, que requiere un grupo armado para prorratear el costo.

Fernando de Noronha

Difícil saber dónde es más linda: si arriba o abajo del agua. Meca del buceo y también de mieleros y amantes de la naturaleza, Noronha es un archipiélago que se jacta de contar con las playas más bonitas –y codiciadas– de Brasil. Llegar y quedarse es caro. Se arriba sólo por avión (desde Natal o Recife) y como se trata de un Parque Nacional Marino, hay una tasa de preservación ambiental cuyo importe se hace más caro a medida que se prolonga la estadía. Las posadas económicas arrancan en valores mucho más altos que los del continente, y las de lujo tienen precios astronómicos. Sin embargo, el color del agua y la visión de los morros Dois Irmãos y la Bahía do Sancho, hacen que se justifique cualquier inversión.

Itacaré

Ya no es el secreto que era hace diez años, pero su geografía de penínsulas rocosas cubiertas de mata atlántica que llegan hasta el mar ha hecho que Itacaré se mantenga entre las mejores de Bahía. El aeropuerto es Ilhéus, a unos 70 km, y es en el camino a esa ciudad que se detectan las playas más bellas: Itacarezinho, Havaizinho, Engenhoca, Jeribucaçu y la Prainha, delicia de surfistas. Allí también están los grandes resorts  como el Txai, el Itacaré Ecoresort y el Village, donde el hotel es parte del condominio de Villas São José. Esa combinación de iniciativa inmobiliaria y turismo que ya se daba en São Paulo y Rio, también está pegando fuerte en las playas brasileñas.

Jericoacoara

Dice la leyenda que Jeri se hizo famosa cuando salió como una de las 10 mejores playas del mundo en The Washington Post. Verdad o no, este balneario de nombre difícil y acceso ídem, viene creciendo a grandes pasos y si bien es cierto que conserva sus calles de arena, también lo es que hay paulistas que van por el día, por el sólo hecho snob de decir “conozco Jeri”. Se puede, en efecto, llegar en avioneta, pero casi todos llegan primero a Fortaleza y toman el bus (6 horas) a Jijoca para completar los últimos 20 km en jardineira (una especie de tráiler abierto arrastrado por las dunas por un tractor de grandes ruedas). Jeri merece un mínimo de 3 días para conocer el pueblo, su duna del por-do-sol –donde todos-todos ven el atardecer– y las vecinas aldeas de Preá y Tatajuba.

Pipa

Se distingue de las demás por sus falésias –acantilados– de arenisca roja, ni por su astral, su “onda” internacional. Esta pequeña localidad a 85 km de Natal ha encantado desde siempre a turistas de todo el mundo. Ellos parecen haberse obstinado en mantenerla–casi– como era. Como sea, lo cierto es que en Pipa están tanto la pionera Toca da Coruja, Roteiro do Charme establecido en 1991, como la nueva y sofisticada Kilombo Villas & Spa, en la cercana playa de Sibaúma. Y de siempre, siempre, el bookshop de Cintia Junqueira, una gaúcha sin edad que tiene el mapa estelar tatuado en la espalda y que alquila o canjea (no vende) cualquiera de los 2000 libros que acumuló en su local.

Buzios

Se puede llegar directamente con un vuelo a Cabo Frío, muy cerca de la antigüa aldea de pescadores que es, desde hace décadas, uno de los refugios de Brasil más visitados por los argentinos. El tiempo y su crecimiento mantienen intacto su espíritu de aldea confortable, con sus morros plagados de posadas y plácidas playas para pasar el día.

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